Comentando pedacitos de mi vida...

Daisypath Anniversary tickers

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Estamos pobrecitos

Estaba saliendo de mi lugar de trabajo para ir a casa del goldito a cuidarlo, cuando recibí una llamada de su papá, para informarme que les acababan de cortar la luz. “Maldición”, pensé, “tengo solamente dos rayitas de pila en el celular”. De haber sabido que me iba a encontrar con eso, hubiera cargado el teléfono antes de salir de Caprichos. La comunicación oportuna no es uno de los puntos fuertes de mi hermano. Tampoco estar pendiente de las fechas límite para pagar sus recibos a tiempo. “Lo acabo de pagar ahorita, pero es probable que vengan a conectarla hasta mañana”. "Ni modo", pensé. Y seguí mi camino hacia su casa.

Cuando llegué, lo primero que escuché fue el llanto del goldito. Estaba haciendo berrinche porque no podía ver su película de “Cagg”. Cuando finalmente se calmó y empezamos a jugar haciendo figuras con la luz de la linterna proyectada en la pared, volvió a insistir en su película.
“No podemos verla porque no hay luz”, le dijo su papá.“Estamos pobrecitos”.

***
El goldito ya se bañó y ya está a punto de quedarse dormido.
Y mientras escucho la música de su móvil (que funciona con pilas), el viento del norte se escucha allá afuera;  y aunque las casas alrededor tienen las luces encendidas, yo veo todo como si fuera la boca del lobo, y no puedo evitar recordar mi infancia en Coatza.

Eran los setentas, y en la temporada de norte era súper común que nos quedáramos sin luz. No tenía nada que ver si “estábamos pobrecitos”. La luz se iba en toda la colonia. No sé si las instalaciones eléctricas de antes eran deficientes, o solamente las de la colonia (era un asentamiento relativamente nuevo cuando yo nací), pero casi siempre con la entrada de los nortes llegaba la época de los apagones. Y entonces me sentía como ahorita.

En casa teníamos un quinqué. Y no sé por qué, pero me encantaba contemplar el proceso de encenderlo. No me importaba el aroma del combustible. Me gustaba ver cómo había que darle vuelta a la mecha lo suficiente para que asomara la punta, y ver cómo le acercaban un cerillo hasta que finalmente encendía. Y después, irle danto vuelta a la mecha hacia arriba para que no se apagara, o hacia abajo para hacerlo. Después de usar velas, el quinqué me parecía  la cosa más sofisticada del mundo. Así, hasta que los apagones dejaron de ser algo común.



Dirán que estoy loca, pero el día que vi un quinqué en un catálogo de productos de venta directa (hace como un año), no dudé en comprar uno. Sigue en su caja.

Sé que son peligrosos, y quizás decida conservarlo sólo como adorno. Pero no creo que vaya a deshacerme de él. Aunque esté guardado, me gusta saber que está ahí, y recordar que lo tengo cada vez que se va la luz en un día “norteado”.

Es increíble como a veces un descuido te puede regalar un recuerdo nostálgico. Y el tiempo para escribirlo.
Aunque francamente, a esta hora, preferiría estar viendo el capítulo de estreno de “The Big Bang Theory”. Estoy pobrecita.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡que bonitos recuerdos Myra!
Yo recuerdo alguna vacación pasada en Isla, Veracruz donde cortaban la luz (eran apagones programados). Un día había jugado con mis primas ouija y cuando se fue la luz bueno, ahí estábamos todas como sardinas en una cama tapadas hasta las orejas y sudando como si estuviéramos en baño turco. Nos imaginábamos que a la ouija le salían patitas y venía por nosotras. Cuando volvió la luz, volvió también nuestra paz. No había quinqué en casa en esa ocasión jajaja

Myra dijo...

Zape a mí misma por contestar hasta ahora, pero aunque no es excusa, ¡escribiste el mismo día del cumpleaños del goldito! ¡jaja!
Nunca me animé a jugar ouija, aunque la verdad sí tuve curiosidad... ¡Qué miedo!! :)